Capítulo 1 Acuerdo de divorcio
"Aquí está el acuerdo de divorcio, Philip. Ya lo he firmado. Por favor, dáselo a Carlos".
Después de armarse de valor, Debbie Nelson le entregó el acuerdo firmado a Philip Brown, el mayordomo de la familia Hilton.
Este se sorprendió cuando escuchó esas palabras. Al principio, pensó que esta quería divorciarse para dividir las propiedades de Carlos Hilton, su esposo.
Pero cuando leyó el documento, descubrió que ella quería renunciar a todo, incluso a lo que le tocaba como propiedad mutua.
Philip lanzó un profundo suspiro. "¿Por qué está tomando esta decisión, señora Hilton? ¿Por qué querría divorciarse del señor Hilton e incluso renunciar a lo que le pertenece?".
Ella era solo una estudiante universitaria y no tenía padres. No era prudente que pidiera el divorcio ahora, y mucho menos que renunciara a una propiedad que valía una fortuna.
Avergonzada, ella miró hacia otro lado mientras se rascaba la nuca. "Carlos y yo llevamos tres años de casados, pero nuestro matrimonio solo existe en papel. No quiero perder más tiempo con él", admitió, ya que no pensaba ocultarle el motivo a Philip.
Tenía una vida propia, y no quería que ese matrimonio simbólico le quitara la juventud.
Él era simplemente un extraño a quien nunca había visto, por lo que no tenía nada que perder si lo dejaba. Además, ese matrimonio había sido arreglado por sus difuntos padres. No sentía absolutamente nada por ese hombre.
"Bueno, parece que ya se ha decidido. Hoy día... No. Mañana le daré esto al señor Hilton".
Debbie suspiró de alivio. "Gracias, Philip", respondió con una hermosa sonrisa.
El mayordomo se levantó para marcharse, pero antes de dar un paso, se volvió hacia ella. "Señora Debbie, el señor Hilton es un buen hombre. Creo que ustedes dos son la pareja perfecta. Espero que piense en ello".
'¿La pareja perfecta?', pensó ella. Pero ni siquiera había visto a su esposo durante los últimos tres años. ¿Y qué si lo eran?
Debbie esbozó una amarga sonrisa y respiró hondo. "Ya me he decidido, Philip", contestó firmemente.
A la tarde siguiente, el mayordomo aún no había recibido una llamada de Debbie. Esperaba que ella se arrepintiera de su precipitada decisión, o al menos que agregara algunas condiciones al acuerdo. Sin embargo, no lo hizo.
Resignado, Philip sacó su celular y marcó un número. "Señor Hilton, hay un documento que necesita su firma", anunció apenas la llamada se conectó.
"¿Qué tipo de documento?", preguntó Carlos con indiferencia.
Philip vaciló por un momento antes de responder. "Un acuerdo de divorcio".
Carlos, que estaba revisando unos papeles en su oficina, se puso rígido.
Fue entonces cuando recordó que tenía una esposa.
Como Phillip no recibió respuesta del otro lado de la línea, sugirió: "¿Por qué no habla con la señora Hilton al respecto?".
"¿Cuánto quiere ella?", preguntó Carlos fríamente.
"Nada. Incluso planea renunciar a su parte de la propiedad mutua".
"¿Quiere renunciar a todo?".
"Así es. Pero, señor Hilton, me gustaría recordarle que su padre no goza de buena salud en este momento. Si se entera de esto, volverá a perder los estribos. Es más, si se difunde la noticia de que su mujer lo ha abandonado, me temo que dejará un mal impacto en usted y en la empresa", concluyó el mayordomo con tranquilidad.
"Muy bien. Lleva el acuerdo a mi oficina. Regresaré a Alorith en dos días".
"Sí, señor Hilton", Philip no se atrevió a decir nada más.
Después de todo, una vez que Carlos tomaba una decisión, nadie podía hacerlo cambiar de parecer.
Esa noche, Debbie acudió al bar Noche Azul en Alorith.
Cada vez más jóvenes entraban a medida que anochecía.
Por lo general, Debbie siempre llevaba ropa casual, pero como ese día era su cumpleaños, decidió ponerse un vestido rosa adornado con encaje. Era inhabitual que se vistiera como una dama de alcurnia. Varios de sus compañeros sacaron sus celulares para tomarse fotos con ella.
Mientras disfrutaban de la fiesta, un hombre gordo y borracho apareció de la nada y abrazó la cintura de Debbie.
"Hola, hermosa. Tomémonos una foto".
Sin embargo, ella lo abofeteó con todas sus fuerzas.
El borracho recuperó la sobriedad en un instante. Luego, apretó los dientes con ira y se acercó más a Debbie para darle una lección.
Afortunadamente, sus compañeros de clase se pararon frente a ella para protegerla.
Debbie tenía una belleza pura, así que esa no era la primera vez que experimentaba acoso.
Uno de sus compañeros miró al borracho de arriba a abajo. "¿Puedes comportarte?", preguntó con un tono desdeñoso. "Es vergonzoso que un anciano como tú moleste a una joven".
"La próxima vez, mírate en el espejo antes de salir de casa. ¿Cómo tienes el descaro de tomarte una foto con una dama decente? Enfermo de mierda", se burló otro.
El hombre no pudo evitar enfurecerse ante los insultos de esos jóvenes. Estaba tan enojado que dejó a un lado su bebida para empezar a gritar. "¡¿Cómo se atreven?! ¡No los dejaré escapar!".
De inmediato, agitó su mano y un grupo de vándalos rodeó a Debbie y a sus compañeros de clase.
Todos ellos eran estudiantes universitarios, y como tenían miedo de meterse en problemas, no se atrevían a pelear fuera del campus.
Los ojos de Debbie se abrieron con horror al darse cuenta de que esos hombres los superaban en número. "¡Corran!", gritó sin pensarlo dos veces.
Sus compañeros también eran conscientes de que ese no era el momento adecuado para hacerse los héroes. Sin perder un segundo, agarraron sus bolsos y salieron corriendo.
Los vándalos empezaron a perseguirlos.
Desafortunadamente, Debbie no podía correr tan rápido porque llevaba un vestido y tacones altos. Ya estaba separada de sus compañeros antes de que pudiera llegar a la salida.
Por lo tanto, se quitó los zapatos para correr descalza.
De repente, cuando dobló una esquina, vislumbró una figura familiar.
Los vándalos se estaban acercando cada vez más. Debbie estaba un poco borracha, así que no tuvo tiempo de pensar en un plan y simplemente se arrojó a los brazos del hombre, abrazándolo con desesperación. "¡Cariño!", exclamó con su voz más coqueta.
Capítulo 2 Atrapa a esa mujer
Frunciendo el ceño, Carlos observó a la hermosa mujer que acababa de aparecer. Al principio, pensó que era una actriz o una modelo desconocida que quería salir con él.
Pero por alguna razón su rostro le resultaba muy familiar.
Mientras estaba perdido en sus pensamientos, Debbie lo apoyó contra una puerta y se puso de puntillas para besarlo.
El hombre era tan alto que bloqueaba su vista. Para todos los demás, parecía que él la estaba obligando a besarlo, cuando en realidad era todo lo contrario.
Carlos estaba furioso, ya que nadie lo había ofendido de esa forma.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de empujarla, Debbie le desabotonó la camisa y le acarició el pecho descaradamente.
Por un momento, se puso rígida en cuanto sintió sus pectorales duros y tonificados. '¡Vaya! ¡Qué hombre tan musculoso!', pensó.
Los vándalos que la estaban persiguiendo se retiraron apenas vieron aquella escena íntima. No pensaron que uno de ellos era su objetivo.
Como si el beso no fuera suficiente, Debbie también se acurrucó entre los brazos de Carlos. Tan pronto como se dio cuenta de que los vándalos se habían ido, ella empujó al hombre y le sonrió aduladoramente. "Ups, lo siento. Te confundí con otra persona".
Asqueado, Carlos se limpió el lápiz labial de los labios. Luego, percibió un tufillo a vino tinto en el aliento de la mujer y en su propia boca, por lo que supuso que ella debía haber bebido.
En ese momento, Debbie alzó la cabeza para mirar al hombre y se encontró con su rostro.
Tenía unos profundos ojos oscuros, unas gruesas y deslumbrantes cejas, una nariz alta, y unos hermosos labios que mostraban su elegancia y nobleza.
Sin embargo, su mirada era helada y su insatisfacción estaba escrita en todo su rostro.
Al darse cuenta de esto, Debbie le dedicó una sonrisa. "Como compensación, ¡te daré dos mil dólares!", anunció con un tono de disculpa.
Era el hombre más guapo que jamás había visto, así que dos mil dólares valían la pena.
Rápidamente, ella abrió su bolso para sacar el dinero, pero, para su sorpresa, solo le quedaban doscientos dólares y algunas monedas. Haciendo una pausa de unos segundos, se aclaró la garganta y agregó: "Mmm, ¿puedo obtener un descuento?".
"¿Un descuento?", repitió Carlos con indignación. Mientras más miraba a esa mujer, más seguro estaba de que la había visto antes.
No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que ese hombre estaba bastante molesto. Parecía como si estuviera planeando arrojarla al mar para alimentar a los tiburones. Si las miradas pudieran matar, ella ya debería estar muerta.
De repente, el rostro de Debbie se iluminó y sacó su celular. "¡Ya sé! Te haré una transferencia a través de mi celular".
Rápidamente presionó la pantalla, pero esta no se iluminó. Su corazón dio un vuelco cuando vio que no tenía batería.
Avergonzada, Debbie levantó la cabeza con una sonrisa torpe. "Parece que mi celular ha muerto...", murmuró.
Carlos estaba echando humo de ira, ya que sentía que esa mujer lo estaba dejando en ridículo. Estaba a punto de perder los estribos cuando, de repente, Debbie puso todo el dinero en su mano y salió corriendo.
Carlos se quedó perplejo y se quedó mirando los billetes con aturdimiento. Luego, se volvió hacia la dirección en la que ella acababa de irse.
Emmett Cooper, su asistente, acababa de estacionar el auto. Y cuando caminaba hacia el bar, vio a Carlos completamente inmóvil con una expresión sombría. Tragando saliva, Emmett trotó hacia él.
Carlos estaba sosteniendo cientos de dólares en la mano mientras emitía un aura aterradora. "Señor Hilton, ¿desea...? ¿Desea comprar algo?", preguntó cautelosamente.
Carlos lanzó una mirada feroz a su asistente y le arrojó el dinero. "¡Atrapa a esa mujer!", ordenó con los dientes apretados.
"¡Sí, señor!", Emmett estaba confundido, pero obedeció de todos modos.
En ese momento, Debbie logró salir ilesa del bar. No pasó mucho tiempo antes de que pudiera reunirse con sus compañeros de clase.
Aún tenía el rostro sonrojado mientras se subía al auto de Jeremías Hampton. Lo que acababa de suceder era lo más loco que había hecho en su vida.
'¡Ay, Dios mío! ¡Le di mi primer beso a un extraño! ¿Acaso fui infiel? ¿Acabo de engañar a mi esposo?'.
Pensándolo bien, Debbie no creía que hubiera un problema. De todos modos, ya había firmado el acuerdo de divorcio.
Karen Garcia estaba sin aliento y bastante conmocionada. "¡Oh, Dios mío!", exclamó.
"¿Qué ocurre? ¿Siguen persiguiéndonos esos hombres?", preguntó Kristina Lawrence con nerviosismo. Estaba tan aterrorizada que casi saltó de su asiento en cuanto la escuchó, y luego se apresuró a mirar por la ventana trasera.
Karen se inclinó más cerca de Debbie, quien todavía se encontraba en trance, y le sacudió los hombros con entusiasmo. "Debbie, ¿sabes quién era ese hombre?".
Fue entonces cuando ella recobró el sentido. Era consciente de que Karen se asustaba fácilmente. Sin embargo, no le importaba, ya que estaba acostumbrada. "¿Quién era?", preguntó indiferentemente.
"Es el hombre con el que todas las mujeres sueñan. ¡Es el famoso director ejecutivo de un grupo multinacional en Alorith! ¡Es el señor Hilton!".
"Oh... Nunca he oído hablar de él". Debbie agarró una botella de agua y tomó un sorbo tranquilamente.
"¡Su nombre es Carlos Hilton!", insistió Karen, con la esperanza de obtener el mismo entusiasmo. Carlos era una persona tan importante que nadie se atrevía a ofenderlo.
Debbie escupió el agua ante la mención de ese nombre, salpicando el rostro de su amiga. Karen le dirigió una mirada de impotencia a su amiga, quien por alguna razón se encontraba presa del pánico.
"¿Qué? ¿Estás diciendo que ese borracho barrigudo es Carlos Hilton?", preguntó Debbie con los ojos abiertos de par en par.
Capítulo 3 Mostrar su amor
Karen puso los ojos en blanco y dio unas palmaditas en la cabeza de Debbie. "Ese no, tonta. ¡Estoy hablando del hombre al que besaste!".
"Espera, ¿qué? ¿Besaste al señor Hilton? Eres toda una alborotadora, ¿no es así, Debbie?", comentó Jeremías con una sonrisa. Había sido el primero en reaccionar. Estaba tan sorprendido con lo que acababa de escuchar que pisó fuertemente el acelerador.
Su padre era el gerente general de una empresa financiera en Alorith, y conocía a Carlos desde hacía años.
Kristina recordó quién este último era apenas escuchó su nombre. "¡Oh, Dios mío! ¡Debbie, acabas de besar al señor Hilton! ¡Ven aquí! ¡Déjame besarte para sentir sus labios y oler su aroma!".
Rápidamente se arrojó sobre su amiga.
"¡Detente!", exclamó ella mientras la empujaba con molestia. Luego, secó el agua del rostro de Karen con un pañuelo desechable. Aquella nueva información la había dejado tan perpleja que se olvidó de disculparse con ella.
"Carlos rara vez aparece en los medios. ¿Cómo sabes que es él?", preguntó seriamente.
"Lo sé porque cooperó con mi padre en una ocasión, y lo conocí", respondió Karen impacientemente.
"¿Estás segura de que es él?", insistió Debbie.
La verdad era que estaba a punto de derrumbarse.
"¡Cien por ciento segura!".
Aunque haber besado a Carlos Hilton debía ser un gran honor, Karen estaba sorprendida de que Debbie, quien nunca había coqueteado con hombres, fuera tan atrevida.
De repente, le entró un gran desasosiego. Estaba condenada.
Al darse cuenta de esto, Karen palmeó la mano de Debbie para consolarla. "Escuché que muchas mujeres quieren acostarse con el señor Hilton, pero él las rechaza a todas. No tienes ninguna posibilidad, Debbie. Pero si quieres ver el lado positivo, no todas pueden jactarse de haberlo besado".
Ella apartó la mano de su amiga. "Carlos no se lo merece", dijo con tristeza.
"Bueno, de todos modos, tenemos que celebrar. ¡Vamos de compras mañana! ¡Y luego pidamos a Debbie que nos invite a cenar!", exclamó Kristina con emoción.
Debbie la miró con los ojos en blanco y se recostó en el asiento trasero, sumiéndose en sus pensamientos. Ni siquiera prestó atención al entusiasmo de sus compañeros de clase.
A diferencia de ellos, se encontraba muy angustiada.
Tres años atrás, se había casado con Carlos, y los trámites del matrimonio estuvieron a cargo de su asistente.
Una vez que todo finalizó, Carlos le pidió a Phillip que le diera a Debbie lo mejor, sin importar lo que ella necesitara.
Durante esos tres años, recién esa noche tuvo la oportunidad de ver a su esposo.
Carlos mantenía un perfil bajo y nunca aceptaba entrevistas. La prensa ni siquiera tenía permitido publicar sus fotos en Internet.
Sin embargo, un día tuvieron un desliz y subieron una foto de Carlos, en la que se lo veía sosteniendo el brazo de una actriz en una conferencia de prensa. Sin embargo, solo aparecía de espaldas. No era de extrañar que a Debbie le hubiera parecido muy familiar.
Y acababa de besarlo en el bar... Si Carlos hubiera firmado el acuerdo de divorcio, ahora sería su exesposo.
Una hora más tarde, ella llegó a casa. Para su decepción, Carlos aún no había firmado el acuerdo. Estaba tan angustiada que ni siquiera logró tranquilizarse cuando se acostó para dormir. Simplemente se retorció y dio vueltas en la cama durante toda la noche.
Al día siguiente, Debbie paseó de la mano con Karen y Kristina por la Plaza Internacional Shining. No obstante, tenía círculos oscuros debajo de sus ojos, ya que había pasado una noche de insomnio.
Llevando bolsas de compras, Jeremías y Dixon Stevenson siguieron a las chicas a dondequiera que fueran. Las tres llevaban horas comprando, y los chicos se encontraban exhaustos.
Jeremías ya no podía soportarlo más, así que les dio una palmadita en los hombros. "Señoritas, nunca antes las había visto mostrarse tan enérgicas en largas caminatas. ¿Por qué no se toman un descanso?".
"¿Para qué?", preguntó Kristina y señaló una tienda. "Estamos aquí, y es nuestra última parada".
Jeremías juntó las manos y respiró aliviado. "¡Muchas gracias!".
Las tres jóvenes entraron a la tienda mientras susurraban entre ellas. La vendedora vio que Debbie estaba sosteniendo una caja de labiales, y esbozó una sonrisa. "Buenas tardes, señorita. Ese labial es bastante popular aquí. Puede llevárselo si desea. Tiene suerte de que aún nos quede uno para usted".
Debbie miró la etiqueta de precio. El labial costaba alrededor de ciento treinta mil dólares. '¿Debería comprarlo?', se preguntó a sí misma.
"¿Acaso has olvidado que eres rica, Debbie? Conduces un auto valorizado en decenas de millones de dólares. ¿Por qué estás tan indecisa? Esos labiales solo cuestan más de cien mil dólares. Puedes permitírtelo. Si estás dudando, entonces yo decidiré por ti. ¡Tienes que comprarlo!", insistió Jeremías.
"Ese auto no es mío. Solo lo uso por el momento", respondió Debbie.
En realidad, el vehículo le pertenecía a su esposo, no a ella. No tenía nada que presumir.
De repente, no muy lejos, se produjo una conmoción.
Debbie levantó la mirada para ver qué estaba pasando. Sus ojos se abrieron de la sorpresa, y casi dejó caer la caja de labiales.
Varias personas estaban entrando a la tienda en la que ella y sus amigos se encontraban. El recién llegado era un hombre que vestía un costoso traje oscuro que hacía destacar su alta y erguida figura. Tenía unos ojos profundos y tranquilos, pero su aura era tan imponente que la gente retrocedía para darle el paso.
'Este hombre es... ¡Oh, no! ¡Es mi esposo! Pero, ¿quién es la mujer que está a su lado? Tiene la piel clara y una figura perfecta. Es absolutamente deslumbrante', pensó Debbie, maravillándose para sus adentros.
Era inusual que Carlos tuviera novia, y mucho menos que se mostrara públicamente con ella yendo de compras. '¿Acaso está tan ansioso por mostrar su amor?', se preguntó Debbie.
Capítulo 4 No puedes permitírtelo
Carlos percibió la mirada de Debbie y se volvió hacia ella.
Sintiéndose tomada por sorpresa, Debbie bajó rápidamente la cabeza y se quedó contemplando el labial. "¿Crees que este color me queda bien?", le preguntó a Karen mientras fingía tranquilidad.
Sin embargo, su amiga no respondió a su pregunta, sino que tiró de su manga con entusiasmo. "¡Tú y el señor Hilton se están reencontrando! ¡Qué casualidad!".
"Debbie, ¿quién es la mujer que está con él?", preguntó Kristina.
"¿Acaso el señor Hilton vino para verte?", murmuró Karen.
Debbie fulminó a sus amigas con la mirada.
De repente, escucharon una voz desconocida. "No creo que ese labial te quede bien. Además, no puedes permitírtelo".
Confundida, Debbie levantó la cabeza y vio que era la mujer que acababa de entrar con Carlos.
¿Se conocían?
Olga Moron se acercó a ellas del brazo de Carlos. Tenía su cabello castaño recogido en un glamoroso moño. Luego, desplegó sus delgados dedos con uñas pintadas y le arrebató elegantemente la caja de labiales a Debbie. "Me llevaré esto. ¡Empácalo para mí!".
De repente, la observó de arriba abajo con una sonrisa despectiva.
A sus ojos, ella no era más que una estudiante universitaria que pretendía ser elegante y de clase alta.
'¿Por qué Carlos la estaba mirando? Sí, es hermosa, ¡pero no tanto como yo!', pensó Olga.
"¿Por qué me miras de esa forma?", espetó Debbie con disgusto. "Además, ¿cómo sabes si puedo permitírmelo o no?".
Luego, le quitó la caja de labiales. "¡Lo compraré ahora mismo!", le anunció a la vendedora.
Esta sacó la máquina POS silenciosamente y deslizó la tarjeta de Debbie antes de darse la vuelta para empacar el producto.
El rostro de Olga se oscureció de inmediato. "¿Cómo te atreves a hablarme así? ¿Quién te crees que eres? ¡Debes conocer tu lugar antes de venir a comprar a un centro comercial tan lujoso como este!".
Debbie hizo una mueca burlona y miró a la mujer de la cabeza a los pies. "¡Ja! ¿Qué te hace pensar que tú sí mereces comprar en un buen establecimiento? ¿Quién te dio el derecho de menospreciar a los demás? Además, me temo que estos labiales no son adecuados para tu edad".
No hacía falta decir que Olga estaba furiosa por las palabras de Debbie. Después de todo, era la hija más querida de la familia Moron, por lo que le habían consentido desde pequeña. Nadie la había tratado como acababa de hacerlo esa mujer.
Olga respiró hondo y se dio la vuelta para caminar hacia Carlos. "Señor Hilton, esa mujer me faltó al respeto y me llamó vieja", dijo con un puchero, haciéndose la víctima.
"Yo no dije eso, tú misma acabas de hacerlo", comentó Debbie agitando la cabeza, como si estuviera viendo una obra de teatro.
"¡Oye!", exclamó Olga. A pesar de que estaba furiosa, no sabía cómo responder. Por lo tanto, no tuvo más remedio que acudir a Carlos en busca de ayuda. "Señor Hilton, no puedes permitir que me trate así".
Carlos observó a Debbie detenidamente, y se dio cuenta de que era la mujer que lo había besado en el bar.
De repente, todos los presentes se volvieron hacia él, como si estuvieran esperando escuchar lo que tenía que decir. Carlos abrió la boca para responder, pero finalmente se contuvo.
Olga lo miró con una expresión agraviada. Aunque quería decir algo, decidió dejarlo pasar porque le tenía miedo.
Mientras tanto, justo detrás de ellos, se encontraba Emmett, el asistente de Carlos. Este no dejaba de mirar a Debbie, ya que le parecía bastante familiar. De repente, se dio cuenta de lo que estaba pasando y se acercó a su jefe mientras se rascaba la cabeza. "Señor Hilton...", murmuró. "Ella es...".
Capítulo 5 No merece estar en el centro comercial
Antes de que Emmett pudiera explicar que ella era su esposa, una fuerte voz lo interrumpió. "¡Hola! Eres tú".
Debbie se acercó a él y lo apartó a un lado antes de que este pudiera reaccionar.
Emmett se quedó inmóvil y la miró con confusión. "¿Qué pasa, señora Hilton? El señor Hilton aún no la conoce, así que me gustaría presentárselo".
Debbie tuvo ganas de reírse en ese momento. Había estado casada con Carlos durante tres años, pero aun así necesitaba que alguien más se lo presentara.
"Gracias, Emmett", susurró mientras se inclinaba hacia él. "Pero no será necesario. Ya le pedí a Philip que le diera el acuerdo de divorcio, así que no es necesario conocernos personalmente".
"¿Qué acuerdo de divorcio? ¿Piensa divorciarse del señor Hilton?", murmuró Emmett, tan sorprendido que retrocedió un paso mientras la miraba con asombro.
No pudo evitar preguntarse si esa mujer se encontraba mal de la cabeza. Carlos era un hombre adinerado. ¿Por qué querría pedirle el divorcio?
Debbie agarró el dobladillo de su vestido con una expresión tímida. "Sí, pero para evitar malentendidos innecesarios, me gustaría que lo mantuvieras en secreto".
Cuando Emmett regresó, Carlos acababa de terminar de pagar las cosas que Olga había comprado.
De repente, sus fríos ojos se posaron en el rostro del asistente. Cuando recordó que Debbie lo había besado el día anterior, su expresión se volvió sombría. "Emmett, no me interesa cuál sea tu relación con ella", anunció indiferentemente. "Pero quiero que la eches de inmediato de la Plaza Internacional Shining. Esa mujer no merece entrar aquí".
"Pero señor Hilton...", murmuró él.
"Emmett, el señor Hilton te ha dado una orden. ¿Por qué no haces lo que acaba de decirte?", interrumpió Olga con complacencia antes de que este pudiera continuar. Era evidente que estaba complacida con lo que Carlos acababa de decir.
Pensaba que estaba echando a Debbie por ella.
"Pero, señor Hilton, ella es...", insistió Emmett.
Estaba en un dilema. La mujer a la que Carlos quería que echara era su esposa. ¿Cómo podía hacer eso? Por lo tanto, se armó de valor para disuadir a su jefe, con la esperanza de que cambiara de opinión.
Sin embargo, no se atrevió a decir nada más cuando notó su mirada fría. Emmett se volvió hacia los guardaespaldas que estaban detrás de él. "Pídeles que salgan lo más antes posible".
Estaba haciendo todo lo posible por seguir mostrándose cortés con Debbie. No pudo evitar sentirse desafortunado al verse atrapado entre su jefe y la esposa de este.
Como había estado escuchando su conversación, Debbie no tardó en enterarse de que querían sacarla a ella y a sus amigos.
"No necesitas hacer nada. Nos vamos ahora", respondió ella. De inmediato, agarró la bolsa de compras que le estaba dando la vendedora y salió de la tienda.
Carlos la vio marcharse con un rastro de confusión en sus ojos oscuros.
Olga observó furiosamente la espalda de Debbie, y luego ajustó su expresión. "Tengo hambre, señor Hilton", dijo suavemente mientras lo tomaba del brazo. "Vayamos al quinto piso de Alioth, ¿de acuerdo?".
Él se volvió hacia Emmett. "Muéstrame el camino", ordenó.
Despejando todas sus dudas, el asistente se apresuró a guiarlos.
Mientras tanto, Debbie y sus amigos ya se encontraban en la entrada de la Plaza Internacional Shining.
De repente, Debbie se detuvo y giró la cabeza para mirar a Jeremías y a Dixon. "Muchas gracias por llevar nuestras bolsas de compras, chicos. Ahora vayamos a comer al quinto piso de Alioth. Yo invito".
Jeremías se quedó perplejo y se dejó caer dramáticamente en los brazos de Dixon, quien estaba detrás de él. "Dixon... ¿Acaso Debbie se volvió loca?".
En realidad, este también estaba confundido. Era un hecho que su amiga estaba teniendo un comportamiento bastante inusual.
La comida en Alioth costaba un ojo de la cara. Eran pocas las personas que podían permitirse cenar en ese lugar.
Karen le dio un codazo a Jeremías, tranquilizándolo. "El auto de Debbie vale más de diez millones de dólares. Por supuesto que puede darse el lujo de comer en Alioth. ¿Acaso la estás subestimando?".
Jeremías pensó que ella tenía razón, así que se enderezó y arregló su ropa. Sin embargo, tal vez Debbie podía invitarlos a Alioth, pero no era sencillo conseguir una mesa. Las personas tenían que hacer una reserva con antelación. "Es la hora del almuerzo, así que tal vez no haya una mesa disponible para nosotros", refutó Jeremías.
Recordaba que cada vez que su padre invitaba a algunos clientes importantes a comer en Alioth, tenía que hacer una reserva con una semana, medio mes o incluso tres meses de antemano.
Sin embargo, Debbie no lo escuchó en absoluto. Estaba demasiado sumida en sus pensamientos. Su esposo Carlos estaba llevando públicamente a otra mujer de compras, y si no se equivocaba, cada una de las bolsas en las manos de Emmett debían costar más de diez mil o incluso cientos de miles de dólares.
Carlos le daba a Debbie una enorme cantidad de dinero mensualmente, pero como seguía siendo una estudiante y no necesitaba tanto, solo tomaba una pequeña cantidad. Philip guardaba el resto para ella, y Debbie no preguntaba más al respecto.
Jamás había comprado cosas muy caras porque no quería despilfarrar el dinero de Carlos. Pero esa mujer que lo acompañaba logró que él pagara todo lo que quisiera sin hacer nada. Si Debbie era la esposa de Carlos, ¿por qué debía conformarse con tan poco? ¿Por qué debía ser tan condescendiente con él? No tenía que vivir austeramente, ¿verdad?
De todos modos, pronto se divorciarían. ¿Por qué no aprovechar esta oportunidad para disfrutar de una vida llena de lujos?
Debbie se volvió para mirar a sus amigas, quienes seguían hablando sobre Alioth. Pensaba que valía la pena invitarlos a un banquete.
Entonces, sacó su celular y llamó a Philip.
La llamada duró un minuto, y después de colgar, se volvió hacia ellos. Sus amigos interrumpieron su intensa discusión y la miraron atónitos.
"Vamos", dijo Debbie tranquilamente.
"¿A dónde?", preguntó Kristina con cautela.
Debbie esbozó una sonrisa. "Los invitaré a comer, ¿no?".
Luego, empezó a caminar y los demás la siguieron.
Unos minutos más tarde, llegaron a Alioth.
Debbie estaba esperando que el mesero confirmara la sala privada que había reservado a su nombre cuando, de repente, el ascensor del quinto piso volvió a abrirse.
El hombre que salió exudaba un aura tan poderosa que resultaba imposible ignorarlo.
Debbie se agarró el pecho con sorpresa. Cuando aún no consideraba divorciarse de Carlos, sentía que ver a su esposo era más difícil que ir al cielo, pero desde que tomó esa decisión, ya se habían encontrado tres veces.
No podía evitar preguntarse si él estaba apareciendo a propósito para llamar su atención y salvar su matrimonio.
"¡Échenla!".
La voz helada del hombre fue suficiente para Debbie recuperara el sentido.
El gerente del lugar se secó el sudor frío de la frente. "Señor Hilton, estos son los invitados de Philip", explicó nerviosamente.
Carlos observó a los estudiantes, y luego señaló a Debbie. "Emmett, sácala a ella de aquí y deja que los demás se queden", ordenó.
Olga, que había estado en silencio todo este tiempo, estuvo a punto de echarse a reír. Aún pensaba que Carlos estaba haciendo todo eso por ella.
Por otro lado, Emmett estaba muy confundido. Carlos jamás había visto a Debbie. ¿Por qué siempre estaba en contra de ella? Parecía odiarla demasiado.
Ya había pasado medio minuto, pero Emmett seguía sin reaccionar. Carlos perdió la paciencia y le dirigió a su asistente una mirada fulminante. "¿Acaso no puedes manejar un asunto tan trivial como este?", preguntó.
Emmett estaba aterrorizado. "No, señor Hilton", respondió. "No es eso. Es solo que ella es... En realidad, ella es...".